Versión 2.0 de la nota aparecida en la revista El Gourmet de septiembre de 2013
Lo primero que se le ocurrió a nuestro antepasado el Homo Erectus cuando descubrió el fuego fue hacer un asado.
Y dos mil años después se le ocurrió hacer un hervido, pero
para eso tuvo que descubrir la alfarería.
Hervir los alimentos en agua fue la segunda forma de cocción
que descubrió nuestra especie. El puchero es eso, un hervido, pero lleno de
mañas.
El comensal lo ve como una bandeja grande repleta de carnes,
embutidos, verduras, hortalizas y legumbres. Hay en este plato lleno de colores
y texturas algo de la nobleza de la sencillez. Una cocción primitiva y una
presentación igualmente simple que garantizan la autonomía de los ingredientes.
Una colección de materias primas listas para ser comidas. Eso permite que cada
persona haga su recorrido de sabores de manera caprichosa y variable. Y
probablemente ahí radique el mejor argumento del puchero.
Pero lo sencillo no es lo necio.
Porque cada uno de los elementos que componen este plato necesita distintos
tiempos para alcanzar su punto de cocción. Y hay que encontrarle la mano porque
“la gente" quiere que se lo sirvan todo
junto.
Si el hervor es una forma tan primaria de cocción, es lógico
que todos los pueblos tengan en su historia gastronómica alguna clase de
hervido que combina carnes y hortalizas.
Pero el puchero tal como lo conocemos es un conjunto de carnes venidas
del Viejo Mundo y frutos de la tierra americana. Es decir, es necesariamente un
producto del encuentro cultural que se produjo más allá o más acá de los
horrores de la conquista.
Recién a mediados del S XVI se estandarizó en Alemania la
producción de papas y con ello se extendió por Europa su comercialización.
Junto con la calabaza (también de origen americano) y la zanahoria (de origen
asiático y europeo) serían la base del hervido español, que en algunas comunidades
se comenzó a servir con carne de gallina y cerdo en el abundante puchero de
Navidad.
Simultáneamente, en las colonias se empezaba a expandir el
mismo nombre para ese plato tan universal, aunque en Centroamérica se le
agregaba algunas frutas. En nuestro país, hay referencias al puchero en el
libro Cocina Ecléctica de Juana Manuela Gorriti. La receta “Olla o puchero
Limeño”, enviada a la escritora por Carmen Gorriti de Montes, está fechada en
Buenos Aires en la década del 70 del Siglo XIX. Allí se recomienda, entre otras
cosas, atar el repollo con cuatro vueltas de hilo para que no se deshaga y
agregar a la cocción un diente de ajo previamente tostado.
En un plato tan democrático como el puchero, donde ningún
ingrediente se adueña de la escena, el caldo es uno de los protagonistas. Solo,
en forma de bajativo, o bien convertido en sopa de fideos o arroz a modo de
primer plato, el caldo tiene también sus detalles. Por ejemplo, poner la carne cuando el agua está
todavía fría, acompañada de la verdurita: esto garantiza un caldo sabroso. Si
se colocan, en cambio, con el agua hirviendo, los ingredientes se cierran y
guardan parte de sus sabores y nutrientes, dice la tradición.
La comunidad española sigue prefiriendo el
puchero de cerdo. El codillo (conocido también como jambonón), es uno
de los “detalles” del puchero, al que se suman panceta, pechito de cerdo,
chorizo colorado, morcilla, chorizo de cerdo y la “patita de chancho”. La carne
vacuna más utilizada es el osobuco, con ese hueso central, el caracú, cuya
médula suele comerse con tostadas muy finitas, aunque también se usa falda,
rosbif, grano de pecho o palomita.
Para prepararlo en casa, es conveniente usar al menos dos
ollas. En la primera, va la carne con las verduritas saborizantes: apio,
cebolla, acelga, espinaca, puerro y lo que el gusto personal demande. El hervor
(que debe ser siempre suave) durará unos 20 o 30 minutos. Antes de colocar las
papas, las batatas y las zanahorias, si la carne era muy grasa, quizás haya que
retirar espuma de la superficie. Unos 5 minutos después, va el zapallo. Y 10
minutos después, los choclos. En la otra cacerola se cocinarán la panceta, los
embutidos, el codillo y las legumbres. Esta cocción diferenciada evita que el
caldo de las verduras quede demasiado “gordo” (grasoso) o invadido por los
cortes de sabores fuertes.
En el Noroeste argentino es bastante popular el Puchero
Chico: todas las verduras y hortalizas y un trozo de carne cortados en daditos
chicos, fritos brevemente en aceite y luego puestos a hervir y servido en una
especie de potaje cuando el caldo se consume.
El hecho de que muchos lo llamen “pucherito” tiene más que
ver con el cariño o el antojo de comerlo que con el tamaño. Por chico que se lo
prepare, el puchero es siempre un pucherazo.
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