Durante mucho tiempo se creyó que la lengua chaná se había
perdido con el exterminio de ese pueblo que habitaba en Entre Ríos. Unos años
atrás apareció un viejito, Blas Jaime, que no sólo habla la lengua sino que es
portador de mucho conocimiento sobre la forma de organización de esa comunidad.
Vivió ocultando ese conocimiento en la creencia de que había muchos que como él
guardaban en la clandestinidad de sus neuronas la cultura de su gente.
Se animó a contarlo a sus 70 años para saber cómo es la
soledad: hasta ahora no apareció otro hablante que le permita tener un diálogo en
esa lengua olvidada ni que refute o avale lo que él recibió como pautas culturales
de los chanás.
Lo entrevisté días atrás. Me contó que eran una raza muy
guerrera, al punto de que los jóvenes que mostraban orientaciones homosexuales
eran degollados por sus padres.
–¿Y eso por qué?– le pregunté.
–Porque había que ser fuerte para la guerra, la debilidad no
servía.
–Pero igual fueron aniquilados en la guerra.
–Eso fue porque los guaraníes se aliaron con los españoles y
nos traicionaron.
Entre los putos que mataron estaba el que se iba a apiolar
de que los estaban garcando, pensé.
Y callé, yo también.
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