martes, 17 de septiembre de 2013

Ser padres hoy





Si los primeros porros se fumaron en este país cerca de la década del setenta, hay por lo menos tres generaciones de padres fumadores que debieron inventarse sus estrategias comunicacionales en la más absoluta soledad. 

Nota publicada en la revista HAZE número 21





–Papá fuma cigarrillos comunes y cigarrillos que le dan risa.
Almendra cumplió seis años. Raúl, el padre, tiene cuarenta y es plomero. El plomero buena onda que escucha blues y lee novelas policiales en el tren. Y no estaba improvisando cuando habló con Almendra sobre drogas.
–Leí en Internet que una manera piola de explicarle a los chicos de donde vienen los nenes era decirles la verdad pero en la medida en que ellos lo podían entender. Lo de la semillita, que papá le dio a mamá–, cuenta. Pero Google no le dio la misma ayuda cuando se vino el momento de explicarle qué fumaba porque todo lo que encontraba sobre padres y drogas era “los problemas que tienen los padres caretas con sus hijos fumones”.  Entonces aplicó la misma fórmula: la verdad, pero comprensible. “Le dije que hay cigarrillos comunes y cigarrillos que dan risa. Y que los nenes no pueden fumar ninguno, porque les hace mal”.

La estrategia con que Raúl sorteó el vacío informativo no parece tan desacertada si se tiene en cuenta que, como dice el psicólogo Gustavo Lasala. “lo no dicho se rellena generalmente con angustias”. La sinceridad, en estos casos, inhibe la instauración de un sistema de mentiritas piadosas que debe crecer con el tiempo para seguir sosteniéndose. Lasala, que además de atender en la clínica trabaja habitualmente junto a la ONG Intercambios, sostiene que  “no es lo mismo lo que se puede hablar con los hijos chiquitos que con los adolescentes, donde el tema está instalado y todo lo que no se converse va a generar silencios de los que no puede esperarse nada constructivo”. Pero no todos saben  ni pueden decir toda la verdad. No a todos se les ocurre googlear para ver cómo hablar del tema. La prohibición y criminalización del consumo de marihuana decretó que el tema no existe. No hay que debatir qué hacen los padres fumones con la educación de sus hijos porque no está permitido serlo. Esto no está sucediendo.

Halcones y palomas
El filósofo español Antonio Escohotado suele sostener que no hay ámbito más seguro para probar la droga que el ámbito familiar y que la exploración de los límites de un adolescente es más sensata en compañía de los padres. Esta parece ser la opinión más talibán en el parco universo de debate de los padres fumones. En el otro extremo, los que niegan todo, niegan siempre.

Gastón había visto varias veces a su vieja colgada, buscando cosas que no había perdido. Y otras tantas, le había lanzado el clásico “¿Qué t’estaba diciendo?” que Gastón interpretaba inequívocamente porque también fumaba desde hacía un par de años, apadrinado por su hermano tres años mayor. Se había acostumbrado a no hablar del tema. Por eso se quedó helado ese día en que ella preguntó qué es esto y ésto era el paquete de papel de armar que estaba sobre la mesa. “¿Se estará haciendo la boluda?”, pensó Gastón.

–No sé, es algo de Gonzalo– tiró, y de inmediato se sintió traidor con el hermano. Pero era para ganar tiempo. Había que ver cómo reaccionaba ella. ¿Se animaría a hacerse cargo? ¿Se venía el día de hablar del temita?

– ¡Buenísimo!– dijo la madre– ¡Minipañuelitos! – y se mal sonó la nariz de manera ruidosa con un diminuto papelillo.

El prohibicionismo oculta por definición. La ilegalización genera clandestinidad y, con ella, varios niveles de hipocresía. Pero es sumamente injusto descargar la culpa sobre los propios damnificados: El solo hecho de decirlo es –sigue siendo– una conducta ilegal. Y muchas veces es más sencillo  para padres e hijos evitar las charlas porque la visibilización de esos temas es ardua y no hay red de contención. Si los primeros porros se fumaron en este país cerca de la década del setenta, hay por lo menos tres generaciones de padres fumadores que debieron inventarse sus estrategias en la más absoluta soledad. Y tres generaciones de hijos que vivieron situaciones tan desopilantes como la de Gastón y su madre porque la reflexión social y mediática sobre ese tema es igual a cero.


Negadores y charlatanes, entre un extremo y otro hay infinitas estrategias que los padres van improvisando con las escasas herramientas que hay disponibles. La hija de Gabriel había estado dando señales de que fumaba. Aseguraba haberse muerto de risa con unos amigos de unos chistes que intentaba inútilmente recordar, o contaba lo alucinantes que habían estado las estrellas la noche anterior. Hasta que Gabriel le preguntó. O mejor, hasta que ella contestó. Sincerar el hecho, franquear esa puerta, permitió que Gabriel le recomendara no fumar en la calle. Sin saberlo, estaba repitiendo la conducta de la enorme mayoría de los padres fumones entrevistados para esta nota. Cuidate de los demás, es la recomendación habitual de quienes se acostumbraron a vivir en el closet. La charla quedó rebotando una semana en la cabeza de Gabriel. La sinceridad de su hija exigía reciprocidad, pensó. Y la volvió a encarar.

–Yo también fumo porro, hija.
–No, manzana.
Para una rápida interpretación del argot adolescente es pertinente reemplazar “no, manzana” por el viejazo “chocolate por la noticia” o el irónico “no me digas”  En cualquier caso, la confesión llegó tarde.

Pero manejar los tiempos no es tan fácil. Hay quienes se adelantan: Alicia tiene ahora 56 años y su hijo Andrés, 27. Cuando Andrés tenía doce,  Alicia le explicó que ella fumaba marihuana y que eso era algo que socialmente estaba mal visto. “Quiero que vos lo sepas porque no te quiero mentir, pero ojo a quien le contás”, le dijo. Andrés reaccionó como pudo ante tamaña responsabilidad. No probó un porro hasta los veinte años. “La rebeldía adolescente se me fue por ahí –dice ahora, entre risas de colores– Pero a pesar de que mi vieja sabe que fumo y yo lo supe siempre, no nos copa compartirlo”.

–Es algo que él comparte con su gente y yo con la mía-, dice Alicia. –no me parece para nada interesante formar parte de ese circulo suyo ni que él forme parte del mío. Me hace acordar a los padres que llevaban al hijo a debutar al prostíbulo. Hablalo, no tengas un tabú, pero permitile que haga su experiencia lejos tuyo. ¿Le querés procesar toda la comida?”.


El psicólogo Lasala encuentra que la figura del padre que cuenta que fuma se parece bastante a la figura de salir del closet tomada del mundo gay. “En la clinica se sintió mucha liberación desde que  se sancionó el matrimonio gay. Pese a que eran parejas que llevaban muchos años conviviendo, el hecho de poder usar la palabra ya es liberador de angustias”. Algo así tiene que suceder en otros closets que siguen cerrados




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