Versión corregida y aumentada de la publicada el 28 de abril de 2013 en Tiempo Argentino.
Todos los nombres que se citan en este texto están cambiados porque el temor a las represalias es alto. Todos menos el de Eber. Porque Eber es famoso. En una época fue comentarista de cine en el programa de Pancho Muñoz enla FM del
Plata. Hace tiempo es uno de las estrellas de La Colifata , esa radio de
los internos del Borda, y en YouTube se pueden ver algunos videos de Eber
hablando de todo un poco.
Todos los nombres que se citan en este texto están cambiados porque el temor a las represalias es alto. Todos menos el de Eber. Porque Eber es famoso. En una época fue comentarista de cine en el programa de Pancho Muñoz en
–Hola Eber, ¿a vos te pegaron los policías?
–No, hermanito, tuve a uno apuntándome así. Yo tirado en el
piso y él me apuntaba. Y le dije “esto no es un sueño, es una lucha”. Con la
mente se lo dije, no con la boca. Y no me disparó
–Tuviste más suerte que otros.
Se ríe.
–También es porque estaba más lejos.
En el fondo del Hospital se prepara un festival artístico
para repudiar la represión que horas atrás desató la Policía Metropolitana
sobre pacientes, trabajadores, médicos y vecinos. Los militantes y artistas van
derecho hasta el fondo, donde está el Centro Cultural. A ninguno se le ocurre
ir hasta la guardia a preguntar cómo pasaron la noche los internos. Pero nadie los culpa: la lucha por la defensa
del espacio público relega a un segundo plano la salud de los locos.
Los jardines rodean un edificio construido a fines del Siglo
XIX, que visto desde arriba tiene forma de E: un pasillo largo que comunica
tres pabellones. Y eso multiplicado por tres pisos. Hasta 1993 el Hospital
Neuropsiquiátrico José T. Borda, T de Tiburcio, dependía de la administración
nacional. La década del noventa y su filosofía de retirada del Estado dejaron
en manos del Gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires a una institución que atiende a los
locos pobres: es sabido que la salud mental de la clase alta se atiende en
centros privados. Para muchos, la perspectiva de salir de este lugar es ir a la
calle. Y para muchas personas sin techo –en situación de calle, proponen con
mal gusto las ONGs– las patologías mentales son recurrentes, por lo que el
Borda les resulta un espacio familiar.
El pasillo central, de aproximadamente cien metros de largo,
tiene cerámicas hasta la mitad de las paredes. Está impecable, el personal de
limpieza hace su trabajo. Pero las
autoridades no. No hay un solo vidrio en las ventanas, los cables cuelgan del
techo y se notan los parches de años de improvisación. En el fondo de un
pasillo está Elsa, quien trabaja como enfermera desde hace varias décadas en
este lugar.
–¿Cómo pasaron la noche los muchachos?
–Bien, la verdad es que la angustia de saber que al Borda lo
van a cerrar más tarde o más temprano la tienen desde hace tiempo. El problema
que tenemos ahora es que no sabemos a cuántos ni a quiénes derivaron para
tratamientos en otros hospitales por las heridas.
-Y los que no fueron heridos, ¿como están?
-Ahora bien. A algunos hubo que sobremedicarlos, claro.
El Gobierno de la
Ciudad , en manos de la fuerza de centro derecha Propuesta
Republicana (PRO, una sigla creativamente inexacta) justificó la represión. Los
médicos, los vecinos y los locos, dice el Jefe de Gobierno Mauricio Macri,
agredieron a la Policía
que sólo se defendió. En todo caso, la policía creada por Macri en 2008 tiene
en su haber más operativos represivos que episodios de resolución de
inseguridad. Se trata de una fuerza que nació con problemas de compatibilidad
con la democracia. En agosto del 2009, antes de que la fuerza entrara en
acción, Macri tuvo que desplazar al incipiente jefe Jorge “Fino” Palacios, tras
el procesamiento que le impuso la
Justicia por
encubrimiento del atentado a la
AMIA en 1994, que dejó el saldo de 85 personas muertas y una
causa tan compleja como dolorosa.
El Hospital Borda está ubicado en el corazón del barrio de
Barracas, abandonado durante años por todos los gobiernos pero que cobró en
estos tiempos un inusitado valor inmobiliario a la luz de la falta de espacio
para construcción en la ciudad de Buenos Aires. Son doce hectáreas arboladas
que fueran en su momento el casco de la estancia de la familia Vieytes, que la
cedió al Estado Nacional en un acto de típica filantropía aristocrática. De ahí
que durante muchos años se lo conociera como “el Vieytes”. Hay en su jardín cientos de especies, muchas
de ellas centenarias. La idea del gobierno macrista es instalar en una parte de
este predio un Centro Cívico. Para hacerlo reprimió a quienes se oponían a la
demolición de un galpón que se usaba para la actividad de taller de los
internos. La sospecha de los trabajadores del hospital es que el Centro Cívico
es una cabeza de playa para avanzar sobre el resto del lugar. “Los vecinos
aprueban el Centro Cívico porque creen que revitalizará el barrio”, remata una
nota del diario Clarin del día de la represión, sin citar una sola fuente de tal
afirmación.
El pasillo largo del segundo piso está desierto. Se parece a
la galería de esa escena de El Resplandor en la que el nene anda en un autito
por el hotel vacío alternando el ruido de la alfombra y el de la madera. Estaría
faltando la alfombra y la madera, aunque las cerámicas del piso lucen
enceradas. De una sala sale Miguel. El viernes, Miguel andaba entre la gente
que corría por las balas de la Metropolitana. Ahora quiere hablar de la culpa
que tienen los políticos. Están programados desde chicos para meter la mano en
la lata, dice.
-Dormiste bien, Miguel?
-Si los médicos se encargaron de eso.
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