miércoles, 8 de febrero de 2012

El más libre

Para la época de la Guerra de Malvinas había un programa de ATC Canal 7 que se llamaba Música Prohibida para Mayores o algo así. Era el primer espacio en la tele para ese género que todavía no se llamaba Video Clip. Yo tenía 13 o 12 y veía por primera vez a esos rubios de The Police saltando y cantando Roxanne, veía a bandas que fueron gloria y bandas que olvidé. Pero siempre recuerdo cuánto esperaba el bloque de Rock Argentino. Ahí vi por primera vez al flaco cantando Alma de Diamante. No creo que me haya gustado. Pero me quedé tratando. Me provocó un acto de libertad mental –estábamos en época de milicos- y haciendo uso de esa libertad elegí que me gustarían esos versos que no entendía y acaso nunca entenderé completamente. Y lo logré.


Después, con Juan Ignacio, nos hicimos fanas de eso, de esa libertad neuronal que necesitabas para que tuviera sentido cantar “comes tu conciencia, manzano de la nada. ¿Y qué dirán las sombras de todo tu regreso?”  La palabra “todo”, en ese lugar de la frase, me sigue provocando esa perturbación cognitiva tan parecida a la libertad que nunca conoceremos.

Para la época de la adolescencia, yo era capaz de recitar las distintas formaciones de las bandas del flaco con mayor rigor que las formaciones de Quilmes.

En los noventa trabajaba en revistas de tecnología y en un almuerzo de Cisco (sigue existiendo Cisco? ) un rubio charlatán y bastante mala onda se sentó enfrente mío porque escuchó que yo, entonado con el tinto, estaba hablando de Spinetta. No imaginé entonces que Darío Laufer seguiría siendo mi amigo quince o veinte años después, aunque debería haberlo sospechado cuando salimos del almuerzo remamados a buscar una disquería que zanjara la disputa: ¿En qué disco estaba Digital Ayatollah? Tenía razón él.

Perdí la cuenta de las veces que lo fui a ver. Recuerdo un velódromo en el que, después de muchos años de no tocar, armó un recital con todas canciones desconocidas para el público, salvo dos. Fue después de Pelusón. Recuerdo los Barrancas de Belgrano de la primavera alfonsinista. Claro, recuerdo el último, el de las Bandas Eternas, al que me acompañaron Laufer, Igal y Faraoni. El recital que me dijo que tenía que empezar a elaborar la idea de que el Flaco se retiraría.


Siempre me hinchó las bolas la pose de los spinetteanos, incluso en mí. Esa suficiencia en plan “¿no lo entendes?”. En algún tiempo le daba importancia al tema: si te gustaba el flaco, seguro que me caías bien. Fabián Casas dice con inteligencia demoledora que el hecho de que haya compuesto cosas como Los libros de la Buena Memoria no lo obligaba a ser un estadista genial. De tal manera, entre los spinetteanos me encontré cada pelotudo, cada fascista, que terminé concluyendo que tampoco la libertad neuronal que provocan sus palabras es el antídoto contra todos los males de este mundo.

Pero yendo al punto. Frases como “me han puesto manos para hablarle a las cosas de mi”, o “El cantautor desafinó, su beba, cuando quedó sola, corrió un mueble” siempre me produjeron esa provocación. Son frases que tienen una sintaxis correctísima, el sujeto, el verbo, el objeto directo, todo coincide. Pero no coincide en términos semánticos. El sentido no es de este mundo. Las manos no le hablan a las cosas, bah.

A menos que uno se imponga imaginar esa posibilidad. Entonces otro mundo existe.

1 comentario:

  1. Genial, Villani. Te nombro en mi posteo. Me acordé mucho de Estalactita Mirador. Abrazo

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