El primer fin de semana de abril se realiza la Cabalgata por la Difunta Correa, que une la capital sanjuanina con la localidad de Vallecito. Antes de pasar por la peluquería y la manicura y en exclusiva para Canta y se torna luz, el texto que da origen a la otra nota, la denserio.
Se ve patente. Cada centímetro de la estructura metálica está recubierto de miles de patentes de auto que otros tantos fieles atan con alambre de los fierros que sostienen el tingladito. Visto así, parece el revestimiento más adecuado para decorar las columnas y vigas que sostienen el techo. Cuando no estaba, la lluvia o el tremendo sol sanjuanino castigaban a los fieles que subían de rodillas, de espaldas o con hijos a caballito los setenta y cinco escalones que llevan hasta el santuario de Deolinda Correa, la Difunta.
Los tres trabajan en alguna dependencia oficial. El rubio está bastante drogado y le pega a las patentes. Los otros dos se ríen o le dicen cosas que tienen la enunciada intención de que pare, pero con tan poca convicción que parecen estimularlo a que siga. Pan, pan, pan, grita el rubio mientras golpea las chapas con las dos manos. Bueno, dale, ya está. Volvamos.
Pero es cobradora. A los costados del tingladito, en el monte en cuya cima está el santuario, varios centenares de casitas testimonian la devoción y el agradecimiento de los fieles. La familia Constante le dice gracias difuntita, reza el cartel que acompaña una de estas Viviendas Paraíso en miniatura. Hay un cartel de fuerte tono político que agradece a la difunta (la Difunta) su intervención en una de las sublevaciones carapintadas que asaltaron al gobierno de Raúl Alfonsín. Porque si se le promete algo hay que cumplirlo. Está dicho, tiene fama de cobradora.
Sesenta kilómetros separan el Santuario de la difunta de la ciudad de San Juan. Muchos jóvenes de la capital provincial hacen el trayecto para hacer algo. El más petiso maneja, el rubio va atrás. Se va soplando las manos, le duelen de golpear las chapas. ¿Por qué no me dijeron que no golpeara, que me iba a doler?, se siente en condiciones de cuestionar. El petiso se siente entonces en condiciones de levantar la vista de la ruta e insultar un poco al rubio. Entonces, algo que estaba oculto en la oscuridad o en la nada que hay en las banquinas del desierto se les cruza adelante del auto. Aunque si hubiera estado mirando la ruta, igual hubiera sido imposible hacer esquivarlo.
Siempre fuimos devotos. Mi esposo siempre fue devoto de la Difunta, siempre, siempre. De toda la vida. Y mi hija, también. Las dos, pero la mayor, se compre lo que se compre le trae algo a la Difunta. Me llamo Gladys y soy de San Juan, pero vivo hace años en Mendoza. Lo que sí, que la Difunta da, da, da, pero es cobradora. Uno no tiene que prometer algo que no va a cumplir. A nosotros nunca nos pasó nada porque siempre que le hemos prometido, le hemos cumplido. Y no, no conocí nunca nada grave, de ninguna fatalidad, pero dicen siempre, por comentarios, dicen que es cobradora.
Por siempre teta. Para ser mito, tiene que haber varias versiones. No obstante, está bastante homogeneizado el relato que sostiene que Deolinda Correa fue una mujer cuyo marido, Clemente Bustos, fue reclutado forzosamente en 1840 para participar de las montoneras federales. Las infinitas reinterpretaciones de este mito tampoco contradicen el hecho de que para Deolinda no hubo nada más difícil que vivir sin Bustos. Lo testimonia el hecho de que salió a buscarlo por el desierto con su hijo en brazos y que esa pasión le costó la vida. Aunque no la del niño, que bebe eternamente de su pecho en las imágenes que pueblan el santuario y grafican el milagro.
El que no es el petiso ni el rubio se asusta mucho, dice que agarraron una persona. Está muy oscuro y faltan horas para que amanezca. Pero no, era un perro. El rubio y el petiso se asustaron, también, pero están seguros de que era un perro. Sobre la ruta no quedó. El auto está bien, no pasó nada. Vamos.
Los dedos así. El santuario que queda en la localidad de Vallecito recibe todos los años, en el primer fin de semana de abril, a unos cuatro mil gauchos que protagonizan la famosa Cabalgata por la Difunta Correa. Varias decenas de locales que venden anteojos de sol, sombreros, gaseosas, camisetas del Barça o de Independiente esperan el aluvión de peregrinos a caballo, en bicicleta o en auto. En la entrada a la tumba de Deolinda, una chica vende CDs grabados. Suena muy fuerte la voz tropical de Karina: Con la misma moneda te pagué, infeliz/ ahora vas a saber lo que es ir por ahí/ que se rían de ti, que se burlen de ti/ y que te hagan la seña con los dedos así. Suena raro. Si hay un valor que exalta el mito de la difunta es el de la fidelidad.
El resto del viaje transcurre en silencio. El que no es el petiso ni el rubio insiste en que era una persona. Insiste, piensan los otros dos, para que lo convenzan de que no.
Tarde pero inseguro. Junto al Gauchito Gil y Ceferino Namuncurá, la Difunta Correa integra el panteón de los mitos religiosos populares argentinos. Uno de los fracasos más estrepitosos de la Iglesia Católica es esa intención de mantener el control sobre el pedigree de los santos. Aunque fueran más transparentes, los burocráticos procesos de beatificación seguirían muy lejos de los fenómenos de devoción popular. María, empleada de una empresa de turismo de Córdoba, le dice a su hija que le de un beso a la virgencita. En su corazón no hay contradicción entre esta devoción y la que expresa todos los domingos en la misa. De todos modos y como para no perder pisada, una iglesia enorme se levanta a cien metros de la tumba de Deolinda Correa. Pero eso es reciente, tiene el sabor del reconocimiento tardío.
El petiso es el primero en advertirlo, cuando se bajan para ir a tomar una cerveza en un bar de nombre rockero. Les muestra al rubio y al otro la trompa del auto; los tres se quedan helados. Cualquier cosa que sea que agarraron en la ruta se llevó la patente. Limpita, sólo queda un pequeño golpe en el paragolpe. Así nace la fe. Las próximas visitas serán para llevarle agua.
Se ve patente. Cada centímetro de la estructura metálica está recubierto de miles de patentes de auto que otros tantos fieles atan con alambre de los fierros que sostienen el tingladito. Visto así, parece el revestimiento más adecuado para decorar las columnas y vigas que sostienen el techo. Cuando no estaba, la lluvia o el tremendo sol sanjuanino castigaban a los fieles que subían de rodillas, de espaldas o con hijos a caballito los setenta y cinco escalones que llevan hasta el santuario de Deolinda Correa, la Difunta.
Los tres trabajan en alguna dependencia oficial. El rubio está bastante drogado y le pega a las patentes. Los otros dos se ríen o le dicen cosas que tienen la enunciada intención de que pare, pero con tan poca convicción que parecen estimularlo a que siga. Pan, pan, pan, grita el rubio mientras golpea las chapas con las dos manos. Bueno, dale, ya está. Volvamos.
Pero es cobradora. A los costados del tingladito, en el monte en cuya cima está el santuario, varios centenares de casitas testimonian la devoción y el agradecimiento de los fieles. La familia Constante le dice gracias difuntita, reza el cartel que acompaña una de estas Viviendas Paraíso en miniatura. Hay un cartel de fuerte tono político que agradece a la difunta (la Difunta) su intervención en una de las sublevaciones carapintadas que asaltaron al gobierno de Raúl Alfonsín. Porque si se le promete algo hay que cumplirlo. Está dicho, tiene fama de cobradora.
Sesenta kilómetros separan el Santuario de la difunta de la ciudad de San Juan. Muchos jóvenes de la capital provincial hacen el trayecto para hacer algo. El más petiso maneja, el rubio va atrás. Se va soplando las manos, le duelen de golpear las chapas. ¿Por qué no me dijeron que no golpeara, que me iba a doler?, se siente en condiciones de cuestionar. El petiso se siente entonces en condiciones de levantar la vista de la ruta e insultar un poco al rubio. Entonces, algo que estaba oculto en la oscuridad o en la nada que hay en las banquinas del desierto se les cruza adelante del auto. Aunque si hubiera estado mirando la ruta, igual hubiera sido imposible hacer esquivarlo.
Siempre fuimos devotos. Mi esposo siempre fue devoto de la Difunta, siempre, siempre. De toda la vida. Y mi hija, también. Las dos, pero la mayor, se compre lo que se compre le trae algo a la Difunta. Me llamo Gladys y soy de San Juan, pero vivo hace años en Mendoza. Lo que sí, que la Difunta da, da, da, pero es cobradora. Uno no tiene que prometer algo que no va a cumplir. A nosotros nunca nos pasó nada porque siempre que le hemos prometido, le hemos cumplido. Y no, no conocí nunca nada grave, de ninguna fatalidad, pero dicen siempre, por comentarios, dicen que es cobradora.
Por siempre teta. Para ser mito, tiene que haber varias versiones. No obstante, está bastante homogeneizado el relato que sostiene que Deolinda Correa fue una mujer cuyo marido, Clemente Bustos, fue reclutado forzosamente en 1840 para participar de las montoneras federales. Las infinitas reinterpretaciones de este mito tampoco contradicen el hecho de que para Deolinda no hubo nada más difícil que vivir sin Bustos. Lo testimonia el hecho de que salió a buscarlo por el desierto con su hijo en brazos y que esa pasión le costó la vida. Aunque no la del niño, que bebe eternamente de su pecho en las imágenes que pueblan el santuario y grafican el milagro.
El que no es el petiso ni el rubio se asusta mucho, dice que agarraron una persona. Está muy oscuro y faltan horas para que amanezca. Pero no, era un perro. El rubio y el petiso se asustaron, también, pero están seguros de que era un perro. Sobre la ruta no quedó. El auto está bien, no pasó nada. Vamos.
Los dedos así. El santuario que queda en la localidad de Vallecito recibe todos los años, en el primer fin de semana de abril, a unos cuatro mil gauchos que protagonizan la famosa Cabalgata por la Difunta Correa. Varias decenas de locales que venden anteojos de sol, sombreros, gaseosas, camisetas del Barça o de Independiente esperan el aluvión de peregrinos a caballo, en bicicleta o en auto. En la entrada a la tumba de Deolinda, una chica vende CDs grabados. Suena muy fuerte la voz tropical de Karina: Con la misma moneda te pagué, infeliz/ ahora vas a saber lo que es ir por ahí/ que se rían de ti, que se burlen de ti/ y que te hagan la seña con los dedos así. Suena raro. Si hay un valor que exalta el mito de la difunta es el de la fidelidad.
El resto del viaje transcurre en silencio. El que no es el petiso ni el rubio insiste en que era una persona. Insiste, piensan los otros dos, para que lo convenzan de que no.
Tarde pero inseguro. Junto al Gauchito Gil y Ceferino Namuncurá, la Difunta Correa integra el panteón de los mitos religiosos populares argentinos. Uno de los fracasos más estrepitosos de la Iglesia Católica es esa intención de mantener el control sobre el pedigree de los santos. Aunque fueran más transparentes, los burocráticos procesos de beatificación seguirían muy lejos de los fenómenos de devoción popular. María, empleada de una empresa de turismo de Córdoba, le dice a su hija que le de un beso a la virgencita. En su corazón no hay contradicción entre esta devoción y la que expresa todos los domingos en la misa. De todos modos y como para no perder pisada, una iglesia enorme se levanta a cien metros de la tumba de Deolinda Correa. Pero eso es reciente, tiene el sabor del reconocimiento tardío.
El petiso es el primero en advertirlo, cuando se bajan para ir a tomar una cerveza en un bar de nombre rockero. Les muestra al rubio y al otro la trompa del auto; los tres se quedan helados. Cualquier cosa que sea que agarraron en la ruta se llevó la patente. Limpita, sólo queda un pequeño golpe en el paragolpe. Así nace la fe. Las próximas visitas serán para llevarle agua.
Excelente final. Bonitas imágenes aunque ahora sí resentí la diferencia de léxicos entre el mexicano y el argentino ¡Saludos!
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