PUBLICADO EN DIARIO CRÍTICA
29.08.2008
La represión policial contra la marcha que, en tiempos de Duhalde presidente, exigía la expropiación de Brukman en beneficio de sus empleados fue uno de los momentos más álgidos de esta historia. La comisión interna de esa fábrica textil estaba, en esos días, vinculada al Partido Obrero. De ahí, algunas de sus consignas como “Estatización con control obrero”, difíciles de digerir incluso para los piqueteros ultracombativos que en esos momentos de convulsión tenían más lugar en las calles que en los ministerios. Otras protagonistas de esta historia que adquirieron alguna fama fueron la metalúrgica IMPA, la imprenta Chilavert, la fábrica neuquina de cerámicos Zanón, la panificadora Grissinópoli y el hotel Bauen. Ese establecimiento pasó de tener 34 empleados a 150 . El martes Diputados discutirá un proyecto de expropiación definitiva de la legisladora Vitoria Donda. En aquellos remotos tiempos del 2003 había unas 150 empresas en estas condiciones en todo el país. Hoy en día, tanto Brukman como Grissinópoli se “cuadraron” como cooperativas y bajaron ostensiblemente la belicosidad política. Pero siguen como recuperadas.
EMPEDRADOS E INTERNAS. A unas tres cuadras de Parque Centenario, sobre la empedrada calle Querandíes, se alza IMPA (Industrias Metalúrgicas y Plásticas Argentina). El derrotero de esta empresa está muy vinculado a la interna entre los dos sectores que se disputaban la hegemonía de las empresas recuperadas.
En el 2005, los “recuperadores”, se enfrentaron con el Gobierno nacional por unos aportes prometidos y la jugada terminó con la salida de Eduardo Murúa, jefe político del movimiento. Hubo promesas de algunos inversores y, como cuenta Pablo Piñeyro –asociado y vocero del sector de la “vieja Guardia” que vuelve a estar al frente de IMPA por estos días– “muchos compañeros se sumaron pero con el tiempo la inversión no aparecía, los aumentos no llegaban y el juez no nos daba ninguna garantía”.
Es que el enorme predio de IMPA, en el corazón de Caballito, es una tentadora carnada para imaginar negocios inmobiliarios, deslizan otros trabajadores por atrás. “Ahora, somos usurpadores” dice entre risas Piñeyro, haciendo alusión al desalojo que dictaminó el juez Víctor Hugo Vitali y que ellos resisten. Promediando 2008, quedan 80 de los 160 trabajadores que eran en 2005 porque unos 50 se fueron a su casa y otros 30 se jubilaron. El portero de IMPA dice que antes los visitantes eran muchísimos, y que ahora hace meses que no viene nadie, como no sean proveedores o compradores. “No nos vamos a volver ricos, pero se cobra puntualmente y además, ¿Qué vamos a hacer? ¿Cerrar todo y salir a buscar otra cosa a los 61 años?”. La empresa sigue teniendo en cada uno de sus cuatro pisos el mismo olor penetrante a aluminio y ácidos que cuatro años atrás hacía vomitar a algunos de los asistentes al centro cultural abierto en la fábrica. Y aunque por el momento ese centro dejó de funcionar, la actividad cultural generó lazos con el barrio.
En el caso de la imprenta Chilavert el centro cultural que fundaron sigue en pie “aunque cada vez le dedicamos menos tiempo al centro y más a la empresa”, reconoce Ernesto González, uno de los voceros de los trabajadores. A diferencia de la mayoría de los casos, que en estos años se achicaron o en el mejor de los casos empataron, en Chilavert hubo que tomar gente. De los ocho que eran en un principio, hoy son 13. “El criterio que usamos para contratar gente es familiar: son hijos o parientes de los que estamos acá” dice Gutiérrez. Pero, también hay una mano solidaria entre recuperadas: “cuando hay un pico de trabajo muy grande llamamos a otras empresas como nosotros, y les pedimos gente, les pagamos los días de trabajo y salimos todos ganando”, dice María Pino, una de las trabajadoras de Grissinópoli, en el barrio de Chacarita
ABAJO LA PLUSVALÍA. Los muchachos de las recuperadas dicen que en cada conversación todos les preguntan lo mismo: ¿el salario es como si estuvieran en una empresa “normal”? Gutiérrez dice que, en Chilavert “al principio ganábamos todos lo mismo. Después, en una asamblea –que sigue siendo el lugar en que se toman las decisiones importantes- resolvimos asignar además una diferencia por antigüedad”. En estos momentos, en promedio, en la imprenta están ganando $2000 cada uno por unas 9 horas diarias de trabajo de lunes a viernes. En todos los casos los trabajadores siguen cobrando por encima del convenio de la actividad. “Ahora el Gobierno dispuso un salario mínimo de $1200. Bueno, acá se saca mas o menos el doble”, dice Maria, de Grissinópoli. El procedimiento para cobrar es en todos los casos el mismo: Lo llaman “retiro” y no salario, ya que no hay plusvalía. “Estamos en un 60% de la capacidad productiva y trabajamos con una empresa como cliente que nos da la materia prima y el packaging aunque cada vez tenemos más trabajo propio”. Con el panorama de la producción en alza, los trabajadores de Grisinópoli mantienen un curioso esquema tributario: son todos monotributistas. “Es la forma que encontramos para proteger la fuente de trabajo” dice María.
Conflictivo es también el panorama para Zanón y el Hotel Bauen, cuyos trabajadores siguen resistiendo los intentos de desalojo. Complejísimas situaciones legales y la intransigencia de los antiguos dueños impiden que se hayan decretado, hasta el momento, las expropiaciones definitivas.
PROYECTOS TRUNCOS, PROYECTOS EN PIE. Llegado este punto, está claro que no todos los casos son caminos rectos hacia la felicidad. Sin embargo, hay testimonios de empresas que directamente perdieron su carácter de recuperadas. Cerraron o, como el caso de la cooperativa láctea Montecastro fueron adquiridas por la competencia. Los trabajadores de esa empresa no quisieron hablar con Critica de la Argentina, y sus antiguos compañeros de ruta sostienen con algo de tristeza que hay muchos proyectos que quedaron en el camino. Pero ¿se arrepienten, ahora que ven que hay trabajo en otros lados, de hacer este esfuerzo? “¿Cómo me voy a arrepentir –dice un veterano gráfico de Chilavert, que prefiere el anonimato– si en el momento en que todos andaban con la lengua afuera nosotros estábamos laburando en nuestro propio proyecto y ahora andamos bastante bien?”
Por eso, los trabajadores de Torgelón, cuyos impecables guardapolvos blancos se confunden con los azulejos de las paredes, siguen trabajando aunque 30 de los 100 que eran en abril, cuando “se borraron” los dueños, hayan optado por irse a su casa. “Estamos sacando la quincena mas o menos como antes, aunque mucha de la venta es acá, en la puerta de la fabrica, al consumidor final”, dice Miguel Juárez, delegado gremial del frigorífico, que apuesta a que el sindicato saque adelante la recuperación. Juárez reconoce que algunos trabajadores de la empresa ya están en conversaciones con el abogado de otras recuperadas, “pero yo creo que lo mejor es que lo hagamos entre nosotros con el sindicato”, dice. Uno de los trabajadores que chupa frío y mate en la esquina, mientras vende los embutidos, dice que el mayor problema es precisamente la comercialización: “Antes se vendía a través de corredores, que se fueron con sus clientes a otro lado”. El otro, a su lado, tiene una hipótesis de lo que sucedió: “Lo que pasó acá es que los herederos eran como 11 entre nietos y sobrinos de los viejos, se afanaban entre ellos”.
Diego Kravetz es actualmente el presidente del bloque del Frente para la Victoria de la Legislatura porteña, pero en 2003 oficiaba de abogado de las empresas vinculadas al Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas. “Hoy, varios años después, la mayoría de esas empresas sigue funcionando, algo que no sucedió con los micro emprendimientos o intentos similares”, sostiene Kravetz, impulsor de una Ley que en 2004 dictó la expropiación definitiva para la mayoría de las empresas de la Ciudad de Buenos Aires. Luis Caro, abogado del Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas evalúa por su parte lo que resta por hacer: “Hay que reformar la retrógrada Ley de Quiebras. Por ejemplo, hoy los trabajadores pueden cobrar el 50% de sus deudas en una empresa quebrada, mientras que, por ejemplo el acreedor hipotecario cobra, increíblemente, el 100%”.
Recuadro: Una interna de tres patas
En el momento más caliente de esta historia, las experiencias estaban divididas en tres tendencias: por un lado, el MNER, (Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas) que tenían como referente principal a Eduardo Murúa, líder de IMPA y sindicalista vinculado al “peronismo bolivariano”. Por otro lado, estaba el MNFR (Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas) cuyo referente era y es Luis Caro, abogado que se autodefine “especializado en Concursos y Quiebras pero del lado de los trabajadores”. Caro fue candidato a Intendente en Avellaneda por el partido de Aldo Rico. Había también un tercer sector vinculado a la izquierda al que pertenecían Brukman, Zanón y Grissinópoli, que planteaban la necesidad de que el Estado comprara o expropiara las empresas en quiebra y las cediera a los trabajadores para su gestión. Este sector quedó virtualmente fuera de carrera. Andrés Ruggeri investigador del tema para el Programa Facultad Abierta de la Facultad de Filosofia y Letras de la UBA, sostiene que la gestión de Caro es “un movimiento de reprivatización de las empresas recuperadas que favorece la instalación de una élite dirigente, mientras que el MNER era un grupo muy heterogéneo, con divisiones muy profundas entre ellos”
http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=10837
29.08.2008
La humedad fría de Buenos Aires tiene a mal traer a los dos trabajadores del frigorífico Torgelón que venden los salamines y longanizas elaborados por ellos mismos en la esquina de Donato Álvarez y Gaona. Mientras habla con los clientes, uno de ellos salta como para espantar esa llovizna helada que castiga la reciente “recuperación” del frigorífico: hace apenas tres meses que, como dicen ellos “se escaparon los últimos dueños de la empresa” que eran, a su vez, testaferros de los herederos de los fundadores. La novedad de la incorporación de Torgelón al universo de empresas gerenciadas por sus trabajadores abre la pregunta: la recuperación de fábricas ¿fue un hecho aislado, vinculado y terminado con la crisis del 2001? La lectura de los grandes números del fenómeno insinuaría que si. De los 120 establecimientos en esas condiciones, unos 90 tuvieron su origen en los tiempos de la caída de la convertibilidad. Sin embargo, la cosa sigue: además de Torgelón, los trabajadores de otras cinco empresas están en silenciosa lucha en estos momentos y se suman al universo silencioso, heterogéneo y fragmentado de las “recuperadas”.
La represión policial contra la marcha que, en tiempos de Duhalde presidente, exigía la expropiación de Brukman en beneficio de sus empleados fue uno de los momentos más álgidos de esta historia. La comisión interna de esa fábrica textil estaba, en esos días, vinculada al Partido Obrero. De ahí, algunas de sus consignas como “Estatización con control obrero”, difíciles de digerir incluso para los piqueteros ultracombativos que en esos momentos de convulsión tenían más lugar en las calles que en los ministerios. Otras protagonistas de esta historia que adquirieron alguna fama fueron la metalúrgica IMPA, la imprenta Chilavert, la fábrica neuquina de cerámicos Zanón, la panificadora Grissinópoli y el hotel Bauen. Ese establecimiento pasó de tener 34 empleados a 150 . El martes Diputados discutirá un proyecto de expropiación definitiva de la legisladora Vitoria Donda. En aquellos remotos tiempos del 2003 había unas 150 empresas en estas condiciones en todo el país. Hoy en día, tanto Brukman como Grissinópoli se “cuadraron” como cooperativas y bajaron ostensiblemente la belicosidad política. Pero siguen como recuperadas.
EMPEDRADOS E INTERNAS. A unas tres cuadras de Parque Centenario, sobre la empedrada calle Querandíes, se alza IMPA (Industrias Metalúrgicas y Plásticas Argentina). El derrotero de esta empresa está muy vinculado a la interna entre los dos sectores que se disputaban la hegemonía de las empresas recuperadas.
En el 2005, los “recuperadores”, se enfrentaron con el Gobierno nacional por unos aportes prometidos y la jugada terminó con la salida de Eduardo Murúa, jefe político del movimiento. Hubo promesas de algunos inversores y, como cuenta Pablo Piñeyro –asociado y vocero del sector de la “vieja Guardia” que vuelve a estar al frente de IMPA por estos días– “muchos compañeros se sumaron pero con el tiempo la inversión no aparecía, los aumentos no llegaban y el juez no nos daba ninguna garantía”.
Es que el enorme predio de IMPA, en el corazón de Caballito, es una tentadora carnada para imaginar negocios inmobiliarios, deslizan otros trabajadores por atrás. “Ahora, somos usurpadores” dice entre risas Piñeyro, haciendo alusión al desalojo que dictaminó el juez Víctor Hugo Vitali y que ellos resisten. Promediando 2008, quedan 80 de los 160 trabajadores que eran en 2005 porque unos 50 se fueron a su casa y otros 30 se jubilaron. El portero de IMPA dice que antes los visitantes eran muchísimos, y que ahora hace meses que no viene nadie, como no sean proveedores o compradores. “No nos vamos a volver ricos, pero se cobra puntualmente y además, ¿Qué vamos a hacer? ¿Cerrar todo y salir a buscar otra cosa a los 61 años?”. La empresa sigue teniendo en cada uno de sus cuatro pisos el mismo olor penetrante a aluminio y ácidos que cuatro años atrás hacía vomitar a algunos de los asistentes al centro cultural abierto en la fábrica. Y aunque por el momento ese centro dejó de funcionar, la actividad cultural generó lazos con el barrio.
En el caso de la imprenta Chilavert el centro cultural que fundaron sigue en pie “aunque cada vez le dedicamos menos tiempo al centro y más a la empresa”, reconoce Ernesto González, uno de los voceros de los trabajadores. A diferencia de la mayoría de los casos, que en estos años se achicaron o en el mejor de los casos empataron, en Chilavert hubo que tomar gente. De los ocho que eran en un principio, hoy son 13. “El criterio que usamos para contratar gente es familiar: son hijos o parientes de los que estamos acá” dice Gutiérrez. Pero, también hay una mano solidaria entre recuperadas: “cuando hay un pico de trabajo muy grande llamamos a otras empresas como nosotros, y les pedimos gente, les pagamos los días de trabajo y salimos todos ganando”, dice María Pino, una de las trabajadoras de Grissinópoli, en el barrio de Chacarita
ABAJO LA PLUSVALÍA. Los muchachos de las recuperadas dicen que en cada conversación todos les preguntan lo mismo: ¿el salario es como si estuvieran en una empresa “normal”? Gutiérrez dice que, en Chilavert “al principio ganábamos todos lo mismo. Después, en una asamblea –que sigue siendo el lugar en que se toman las decisiones importantes- resolvimos asignar además una diferencia por antigüedad”. En estos momentos, en promedio, en la imprenta están ganando $2000 cada uno por unas 9 horas diarias de trabajo de lunes a viernes. En todos los casos los trabajadores siguen cobrando por encima del convenio de la actividad. “Ahora el Gobierno dispuso un salario mínimo de $1200. Bueno, acá se saca mas o menos el doble”, dice Maria, de Grissinópoli. El procedimiento para cobrar es en todos los casos el mismo: Lo llaman “retiro” y no salario, ya que no hay plusvalía. “Estamos en un 60% de la capacidad productiva y trabajamos con una empresa como cliente que nos da la materia prima y el packaging aunque cada vez tenemos más trabajo propio”. Con el panorama de la producción en alza, los trabajadores de Grisinópoli mantienen un curioso esquema tributario: son todos monotributistas. “Es la forma que encontramos para proteger la fuente de trabajo” dice María.
Conflictivo es también el panorama para Zanón y el Hotel Bauen, cuyos trabajadores siguen resistiendo los intentos de desalojo. Complejísimas situaciones legales y la intransigencia de los antiguos dueños impiden que se hayan decretado, hasta el momento, las expropiaciones definitivas.
PROYECTOS TRUNCOS, PROYECTOS EN PIE. Llegado este punto, está claro que no todos los casos son caminos rectos hacia la felicidad. Sin embargo, hay testimonios de empresas que directamente perdieron su carácter de recuperadas. Cerraron o, como el caso de la cooperativa láctea Montecastro fueron adquiridas por la competencia. Los trabajadores de esa empresa no quisieron hablar con Critica de la Argentina, y sus antiguos compañeros de ruta sostienen con algo de tristeza que hay muchos proyectos que quedaron en el camino. Pero ¿se arrepienten, ahora que ven que hay trabajo en otros lados, de hacer este esfuerzo? “¿Cómo me voy a arrepentir –dice un veterano gráfico de Chilavert, que prefiere el anonimato– si en el momento en que todos andaban con la lengua afuera nosotros estábamos laburando en nuestro propio proyecto y ahora andamos bastante bien?”
Por eso, los trabajadores de Torgelón, cuyos impecables guardapolvos blancos se confunden con los azulejos de las paredes, siguen trabajando aunque 30 de los 100 que eran en abril, cuando “se borraron” los dueños, hayan optado por irse a su casa. “Estamos sacando la quincena mas o menos como antes, aunque mucha de la venta es acá, en la puerta de la fabrica, al consumidor final”, dice Miguel Juárez, delegado gremial del frigorífico, que apuesta a que el sindicato saque adelante la recuperación. Juárez reconoce que algunos trabajadores de la empresa ya están en conversaciones con el abogado de otras recuperadas, “pero yo creo que lo mejor es que lo hagamos entre nosotros con el sindicato”, dice. Uno de los trabajadores que chupa frío y mate en la esquina, mientras vende los embutidos, dice que el mayor problema es precisamente la comercialización: “Antes se vendía a través de corredores, que se fueron con sus clientes a otro lado”. El otro, a su lado, tiene una hipótesis de lo que sucedió: “Lo que pasó acá es que los herederos eran como 11 entre nietos y sobrinos de los viejos, se afanaban entre ellos”.
Diego Kravetz es actualmente el presidente del bloque del Frente para la Victoria de la Legislatura porteña, pero en 2003 oficiaba de abogado de las empresas vinculadas al Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas. “Hoy, varios años después, la mayoría de esas empresas sigue funcionando, algo que no sucedió con los micro emprendimientos o intentos similares”, sostiene Kravetz, impulsor de una Ley que en 2004 dictó la expropiación definitiva para la mayoría de las empresas de la Ciudad de Buenos Aires. Luis Caro, abogado del Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas evalúa por su parte lo que resta por hacer: “Hay que reformar la retrógrada Ley de Quiebras. Por ejemplo, hoy los trabajadores pueden cobrar el 50% de sus deudas en una empresa quebrada, mientras que, por ejemplo el acreedor hipotecario cobra, increíblemente, el 100%”.
Recuadro: Una interna de tres patas
En el momento más caliente de esta historia, las experiencias estaban divididas en tres tendencias: por un lado, el MNER, (Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas) que tenían como referente principal a Eduardo Murúa, líder de IMPA y sindicalista vinculado al “peronismo bolivariano”. Por otro lado, estaba el MNFR (Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas) cuyo referente era y es Luis Caro, abogado que se autodefine “especializado en Concursos y Quiebras pero del lado de los trabajadores”. Caro fue candidato a Intendente en Avellaneda por el partido de Aldo Rico. Había también un tercer sector vinculado a la izquierda al que pertenecían Brukman, Zanón y Grissinópoli, que planteaban la necesidad de que el Estado comprara o expropiara las empresas en quiebra y las cediera a los trabajadores para su gestión. Este sector quedó virtualmente fuera de carrera. Andrés Ruggeri investigador del tema para el Programa Facultad Abierta de la Facultad de Filosofia y Letras de la UBA, sostiene que la gestión de Caro es “un movimiento de reprivatización de las empresas recuperadas que favorece la instalación de una élite dirigente, mientras que el MNER era un grupo muy heterogéneo, con divisiones muy profundas entre ellos”
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