Chicas de trompadas pegar


En el subsuelo del club Yupanqui, del barrio de Lugano, hay un ring en el que están boxeando un hombre y una mujer. Por momentos, parece que él cancherea, le acerca de manera temeraria la cara o la persigue con la guardia baja. Pero en seguida se nota que él es el instructor y que las gastadas no son tales, sino una forma de provocarla para que reaccione. Media hora más tarde, en este mismo lugar, unos diez jóvenes y unas cuatro chicas estarán haciendo su rutina: saltarán sobre el lugar y moverán las extremidades en alguna de las extrañas formas que proponga el entrenador, saltando, siempre saltando, al ritmo de la cumbia villera. “Yo sé que ya/ tu no piensas en mí/ yo sé que ya/ ahora sales con él/ sos una hija de puta/ que no sabe querer”, cantará Pablo Lescano al frente de Damas Gratis. En un alarde de igualitarismo, los ejercicios serán los mismos para hombres y mujeres, pese a que es uno de los entrenamientos deportivos más intensos, según los que saben. Los brazos se cansarán y se negarán a hacer esa especie de molinete sobre las cabezas, pero Lescano seguirá cantando “para vos traidora/ comé moco/ tragá leche/ te querés matar/ te querés matar”. Pero eso será mas tarde. Ahora, ella se baja del ring y cuenta que, así como la ven, es abogada.


–Estamos tratando de armar un grupo de gente que luche por los derechos del boxeador, que hoy se encuentra en estado de semiesclavitud –cuenta, todavía transpirando y con un hilo de voz– porque hay un grupo minoritario pero monopólico, los promotores, que manejan el negocio de manera mafiosa, y el boxeador, que es el deportista por el que se mueve todo esto, es el que pierde siempre.

–¿Y en el caso de las boxeadoras?

–Imaginate.

Se llama Miriam, tiene 36 años y es la esposa de Rubén, el entrenador que hace un rato estaba haciendo guantes con ella. Además de la paternidad de dos nenas, comparten la pasión por este deporte que, hasta unos pocos años atrás, era reducto de machos. Rubén, que se formó junto al campeón mundial de los medianos Héctor Velazco, entrena a unas diez mujeres. “Es cierto que el box femenino profesional es de inferior calidad, pero me parece que es porque en las mujeres todavía no se terminó de desarrollar”, dice esperanzado. Quizá sea la respuesta a la opinión generalizada: cuando se habla de boxeo femenino, la comparación con el Otro Boxeo, el “de verdad”, el de dos hombres sacudiéndose la mandíbula a trompadas, es inevitable.

–Por eso yo trato de hacer entender que el boxeo no es arrancarle la cabeza al otro y aspirar al título mundial –agrega Rubén– . Tiene que ver con la salud, con el deporte y mucho con la personalidad. Acá hay chicas que al principio ni hablaban y ahora están muy desinhibidas. Es un deporte muy bueno para forjar la personalidad.

Pegar para vivir. La distinción entre box profesional y recreativo o amateur aparece una y otra vez en la boca de todos los que tienen algo para decir. Es que, por más expectativas que se hayan generado alrededor de la “Tigresa” Acuña y la “Locomotora” Olivera, el aspecto comercial del box femenino está todavía en la lona. El periodista especializado Osvaldo Principi está en uno de los gimnasios, mirando el desempeño de los futuros púgiles. “El box femenino se transformó hoy en uno de los tantos trabajos resistidos que tienen las mujeres –dice–. Creo que una boxeadora y una mujer que pone nafta en una estación de servicio generan el mismo asombro y rechazo para quienes tienen una imagen muy conservadora de la mujer”. Probablemente en este sentido vaya la cosa. La visión estigmatizada de la femineidad hegemónica puede incluir al ama de casa o a la profesional, pero siempre como sinónimo de suavidad y delicadeza, que deja la agresividad y la codicia como atributos masculinos. Esta visión –aunque mentirosa y negadora de la realidad– choca con la figura de dos mujeres pegándose, pese al esfuerzo e incluso la sobreactuación de la Tigresa por demostrar que bajo los guantes tiene las uñas pintadas. La epopeya de Marcela Acuña –luchar por conseguir la reglamentación del box femenino en el país, ser la primera boxeadora y la primera campeona– es visto en muchos círculos feministas como una reivindicación de género. Curioso reclamo, el del derecho a agarrarse a las piñas. Y sin embargo, la duda de unos y otras no está en el derecho mismo, sino en el bendito mercado. ¿Cuánta gente está dispuesta a pagar una entrada para ver a dos minas dándose roscazos? ¿Sostiene eso una industria del entretenimiento como ésta?

El ex campeón mundial Miguel Ángel Castellini, en cuyo gimnasio se practica box femenino, tiene una mirada muy cruda: “No hay boxeo profesional de varones, ¿cómo va a haber de mujeres? ¿No se dieron cuenta que no hay boxeo? Lo que hay es muy mediocre. ¡Cómo será de bajo el nivel que De La Hoya está peleando! Que no se enoje nadie, pero el box se terminó”. Esa opinión está notablemente extendida entre muchos ex púgiles. El Tigre Sosa es otro referente del tema: en su gimnasio hace ya más de una década que se entrenan mujeres y hombres por igual. El Tigre fue campeón argentino y sudamericano amateur y representante olímpico. “El problema es que los jóvenes no tienen modelos –sentencia–. Fijate la expectativa que se generó con la pelea de la Tigresa Acuña y la Locomotora Oliveras. Vos me preguntás si eso es bueno, yo te digo que no, que eso marca la decadencia del buen boxeo”.

Las chicas sólo quieren entrenarse. En el otro extremo del ring están “las chicas”. Vienen con polleritas a los gimnasios y después de entrenar y ducharse, se pintan los labios. Son hiperfemeninas, pero (¿el “pero” ya denota un prejuicio?) eligen el boxeo como entrenamiento, como otras eligen hacer Pilates o alguna de esas cosas raras del tipo “aerobic dance afro gym”. No quieren ganar plata con el noble deporte, sólo entrenar. Es el caso de Verónica, una chica de Lanús que tiene 34 años. “Salgo de trabajar, vengo para acá y después me voy al profesorado de Letras”, sintetiza. Trabaja en una empresa del rubro salud y estudió cine. “Un poco de terapia y un poco de boxeo te ayudan con la sanidad mental, en lugar de tomar un Lexotanil, descargás en la bolsa”. Todo muy natural. Y sin embargo, la familia de Verónica no sabe que practica boxeo.

–Qué sé yo, no quiero contarles y punto.

–Entonces, ¿es tu actividad secreta?

–No, le conté a mis compañeros de trabajo, pero no se sorprendieron, porque saben que, cuando quiero hacer algo, siempre lo hago. De todos modos, lo que una mujer puede y lo que no puede hacer es algo cultural.

Lorena camina hasta la puerta del gimnasio que dirige Castellini, cerca de Perón y Callao. Es una puerta con una escalerita que, al descender, va dejando ver una serie interminable de fotos del campeón en todo tipo de posturas pugilísticas más otro montón de afiches de grandes próceres del boxeo internacional. Lorena duda en bajar. ¿Qué pasa si se encuentra una multitud de hombres golpeando con fuerza las caras de otros hombres? Le da miedo. Se va.

Lorena tiene 30 años, es profesora de gimnasia, muy bonita y muy chiquita de altura. Si boxeara profesionalmente, sería peso suspiro o algo así. Pero no quiere hacerlo. Sucede que le aseguraron que el entrenamiento del box es de los más completos, muy intensivo y muy descontracturante. Y ella, como profesora de gimnasia, sabe lo que es bueno y –al igual que media ciudad de Buenos Aires– opina que no tiene tiempo para ir al gym a hacer algo livianito. Necesita eso que le dijeron que hace el box, de modo que, al otro día, se anima y baja. La recepcionista es una mujer, y eso ya la relaja un poco.

–Vengo a practicar boxeo, pero no quiero que me peguen ni pegarle a nadie.

Cuando golpea en las manoplas de un compañero, Lorena pide perdón. “Es que no me gusta pelear, nunca fui peleadora y estoy en contra de la moda de las chicas que se pelean”.

Box de segunda selección. Una y otra vez, la comparación tiende a desvalorizar. El boxeo femenino es de inferior calidad, dicen unos y otras, pero ¿es esperable lo contrario? ¿Tiene sentido exigir el mismo nivel para ambos géneros en un deporte que se basa en la fuerza? Quizás una respuesta a esas dudas aparezca en la construcción de otros parámetros para evaluar dos variantes distintas de un mismo deporte. Osvaldo Principi vuelve a acotar: “La mujer es más dura, es mucho más sanguínea y cruel pero es menos lucida, menos vistosa que el hombre en el ring”.

Después del entrenamiento, Miriam se va a tomar algo al buffet del club Yupanqui y, mientras cuida a las nenas, se despacha largamente sobre el tema.

–A mí me parece que la mujer tiene más picardía para el boxeo. En general, la mujer espabilada tiene más picardía que el hombre para muchas profesiones. En el boxeo tiene más rapidez mental, pero no tiene la misma fuerza ni el mismo instinto agresivo que el hombre, es otro tipo de técnica. Muchas veces, de abajo te das cuenta que un boxeador siempre hace lo mismo: uno, dos, tres, uno, dos, son muy repetitivos y una piensa que si el otro le entrara con un gancho lo podría tirar, pero hasta que no se lo dice el rincón, es raro que se dé cuenta. La mujer es más bicha, tiene más variedad y sabe mejor por dónde atacar, pero no siempre el físico se lo permite.

Y queda picando, entonces, la idea de construcción cultural que mencionaba Verónica, la estudiante de Letras con guantes. ¿Serán necesarios otros veinte siglos para desandar las consecuencias del patriarcado? ¿O será, simplemente, que hay que acomodar la visión de las distintas actividades según quien las practique? Miriam insiste:

–Si ves mujeres bailando danza árabe, es perfecto para ellas; si vez a un hombre moviendo el vientre en la danza, no queda bien. Uno tiene esta cultura que dice que la mujer está para otro tipo de actividades.

–Entonces, ¿hay que hacer bailar danza árabe a los hombres?

–No, hay que tener en cuenta que son dos tipos de boxeo distintos. Muchos hombres creen que las mujeres boxean así porque no saben. Saben, pero no pueden ponerlo en práctica.

El caso de Marcela, (43 años, alumna del Tigre Sosa) testimonia con claridad este maridaje entre salud, fuerza y autoridad en el boxeo.

–Siempre fui deportista, jugaba vóley en el Seleccionado, y cuando me retiré tuve que seguir haciendo gimnasia, porque no tengo un cuerpito que se banque sin hacer nada. Pero no encontraba lo que necesitaba, la gimnasia aeróbica, el bailecito no es para mí. Estoy acostumbrada a tener señores entrenadores y en los gimnasios terminaba dándole clases yo al profesor. Hasta que caí con el Tigre. Yo le conté lo que me pasaba y él me dijo: “Vos no estás en condiciones de hablar, te tenés que entrenar y acá el que manda soy yo”. Y yo me di cuenta que había encontrado al entrenador. No me dejó ni decir qué ejercicios quería. Y en tres meses me bajó 30 kilos.

Hay, sólo en la ciudad de Buenos Aires, una docena de gimnasios que enseñan este deporte. Más allá del profesionalismo y de la técnica, el box femenino se extiende como una forma particularmente dura de trabajar el cuerpo. Pero no es inocente. Se trata de la disciplina que tiene en nuestro país a Carlos Monzón como su máximo referente. Precisamente, un púgil imbatible, incuestionable en lo deportivo, pero cuya estatua en la provincia de Santa Fe sigue presa del debate social, por tratarse de un hombre descripto como golpeador por todas sus ex parejas.


Recuadro: La cintura cósmica del box

En un país con la honorable tradición de justicia social que tiene Argentina, era cantado que la “rama femenina” del boxeo se desarrollaría más rápido que en otros países latinoamericanos. Coinciden boxeadores y analistas en que esto sucede básicamente por el encuentro temprano de una líder como Marcela Acuña y por la existencia de un ambiente algo más liberal, con perdón de la palabra. Testimonio de eso es el caso de Cristina y Kaylie, dos peruanas de 19 años que vinieron a Buenos Aires a estudiar Diseño de Indumentaria en la Universidad de Belgrano la una y Publicidad en la de Palermo la otra. Pero acá encontraron que hay gimnasios en los que practicar el deporte sin grandes prejuicios.

A Cristina, muy rubia, le da vergüenza saludar con un beso. Tan coqueta es esta joven cuyo padre tiene restoranes en Lima, que le molesta su propia transpiración. Y además de un gran trabajo físico, el boxeo le propone, dice, un desafío. “Es un deporte diferente, que no muchas se animan a hacer. Yo sí me atrevo”.

Mientras se golpea los guantes en un gesto de boxeador-brindando-reportaje que se contradice con sus enormes ojos azules, la también muy rubia Kaylie reflexiona sobre la situación en su país.

–En Lima, ahorita está como que hay más mujeres empezando a boxear, pero todavía hay mucho prejuicio. Y sobre todo, no ocurre como aquí, en Buenos Aires, que hay gimnasios específicos donde practicar box femenino.

Exhibe un instante su enorme espalda de deportista cuando se da vuelta porque la llaman del fondo y, al volver, asegura que sólo se peleó dos veces en su vida. “Pero porque me faltaron el respeto –aclara– no porque me guste pelear ni haya buscado yo pelea”.

PUBLICADA EN DIARIO CRÍTICA
14.06.2009
http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=25942

Comentarios

  1. muy buena mono, espero te la hayan pagado los de Crítica, me gustó lo de peso suspiro y lo de esperar otros 20 siglos muy bueno! abrazo naso

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