sábado, 20 de noviembre de 2010

Solari

Foto de mi amigo Javier Heinzmann
—A Gardel lo mataron los gringos.
Recién entonces ella ve al hombre parado con otro libro en la mano, del lado de la calle pero muy cerca de ella.  
—¿Perdón? —dice.
—A Gardel lo mataron los gringos. —repite el hombre. Y agrega—: Fue la CIA que le puso una bomba. ¿Quién se va a creer lo del accidente, si los aviones de antes no se rompían como los de ahora?

Ella vacila un poco. Sonríe con la boca pero no con los ojos. Acompaña con una especie de asentimiento breve. El vendedor, que hasta el momento había estado metido adentro del monitor, se interesa un poco por la escena. Ella tiene unos cuarenta y cinco años y usa un trajecito color arena. Mira al vendedor y vuelve a la contratapa de su libro.

—Y ¿sabe por qué?— insiste el hombre.
Tiene una edad difícilmente calculable entre los sesenta y los ochenta. Sobre su camisa celeste cuelga una corbata de anchas rayas diagonales verdes y rojas separadas por una delgada línea amarilla. Si es lo que parece, se bañó en la última media hora.